INCIDENTE: Ramblas arriba

Era domingo y era por la tarde. Los domingos por la tarde me suele coger esa ominosa sensación de ansiedad y por eso los odio. Fue extraño que saliera, porque no suelo. Tendrá que ver con esa absurda teoría del "síndrome del domingo por la tarde" que pregonan desde hace algunos años algunos esnobs y la colonia de psicólogos y psicoanalizados -que para el caso responden a los mismos estímulos- Y digo que fue extraño porque los domingos por la tarde no sólo no me apetece salir, sino que además prefiero recluirme, incluso no acepto recibir a nadie. Un poco para prepararme mentalmente para cada inaudita semana, como también para calmar ese nerviosismo que me acapara, me abarca, me desploma. Así que o me pongo a leer cualquier lectura liviana, o me meto a arreglar la biblioteca, o navego sin rumbo por Internet -incluyendo alguna página porno- o pego los ojos a la pantalla del televisor siempre que sea un programa evasivo o al menos de rápida digestión.

Pero este domingo no fue así. Tal vez porque el agobio que sentía en casa a causa de la casi insoportable relación conyugal, o que vi que ése no era mi espacio de siempre o tal vez la razón era que acababa de volver de unas contradictorias vacaciones y no me había habituado al encierro, pero sin ningún motivo aparente, cogí las llaves de la moto y salí sin rumbo muy fijo. Tenía en mente el desapercibimiento, el anonimato, por lo que, el destino debía ser un lugar medianamente concurrido. Siempre pensé que las mayores soledades se encuentran en sitios concurridos de gente desconocida. A falta de cigarrillos paré en un bar de la Rambla de Cataluña, y cuando tenía estacionada la moto, observé que en el medio del paseo arbolado de plataneros continuos que ofrecían sensación de frescura, había una terraza con mesas del mismo bar. No estaba mal la propuesta, un par de mesas vacías, la sombra del atardecer y aire fresco. Pasar desapercibido estaba garantizado por la docena de mesas ocupadas, así que pedí un café y me dispuse a consumir con cierto arrobo alguna hora de ese domingo que se hacía largo. Estaba seguro de que era el aburrimiento lo que me invadiría en poco rato, pero evalué que eran muy pocas las veces que me había permitido el aburrimiento como opción y no como consecuencia. Siempre nos aburrimos al margen de nuestras decisiones.

Habrían pasado un par de cigarrillos y antes de que me sirvieran el segundo café fue cuando una especie de sensación de incontrolable, aunque incompleto bienestar empezó a rodearme, a dar vueltas en el aire. Empezó por la cabeza, con la brisa que me halagó la cara e hizo repeinarme con la palma el pelo desparejo. Después observé que había gente contenta y tranquila a mi alrededor. Oía un suave murmullo, sin altibajos de risas melifluas, hasta que apareció él. Era de mediana estatura y bastante flaco. Destacaba por su segura etnia nórdica y cejas albinas por encima de unas gafas muy oscuras. Desmontó unos bártulos y en menos de dos minutos ya estaba afinando. Los bafles tenían que funcionar y funcionaron, las cuerdas apenas necesitaron algún ajuste antes de comenzar a desgranar una bossa nova suave y melódica, escuché empalagado la guitarra eléctrica hasta el segundo tema, pero en la tercera canción empezó con "desafinado" y fue entonces que sin proponérmelo estiré la mano para compartir semejante entusiasmo. No era la mano deseada la que estaba a mi alcance, no había ninguna mano a mi alcance para compartir la música, porque eso era música con mayúsculas y en negrita subrayada. No había ninguna “ella” para compartir nada de lo que me estaba pasando, no comprendí entonces cómo era que ese tipo de cosas se me pudieran negar. Cómo entender que esa “ella” inalcanzable ya no sentiría ese momento, que ya no podríamos compartirlo. La primera sensación fue de desasosiego, el siguiente fue ya un sentimiento; de tristeza, pero al fin la reflexión y la respuesta. Claro, era domingo por la tarde, los domingos por la tarde me suele coger esa ominosa sensación de ansiedad y por eso los odio.

Ya no volveré a escuchar "desafinado" sin nadie al alcance de mi mano.

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