¿Más vale pájaro en mano...?

Narciso llevaba gran parte de sus treinta y cinco años sin poder apreciar el sabor de uno se sus platos más apreciados, el guiso de pajaritos. La culpa era de su ambición. Determinado día de cada año, pasaba por la Alpujarra una bandada migratoria, y él salía a cazar con rebosante esperanza. En aquellas épocas aún había que cargar con pólvora y perdigones después de cada disparo. Él siempre ponía algo menos de pólvora y más perdigones a la escopeta en el aliento de cobrar varias piezas a la vez de una sola andanada, pues los pájaros le daban una sola oportunidad ya que cuando recargaba, la bandada se encontraba lejos, formando una oscura mancha en el horizonte. –Claro, pensaba, si no mato varios no alcanzará para toda la familia. Y así, había pasado temporada tras temporada sin cobrar ni una sola pieza.
Un día a Narciso se le ocurrió una idea; puso más pólvora y menos perdigones, sólo tres, y disparó, logrando abatir un ave que le pareció más grande de lo que creía a la distancia. Suficiente para satisfacer a una persona. Lo guisó a escondidas y como estaba próximo el cumpleaños de su mujer, se lo ofreció como regalo en un platillo humeante.
La alegría fue tal, que al año siguiente repitió la operación con idéntico resultado, pero esta vez agasajó con el estofado a su hija mayor. Y no fue hasta el cuarto año, cuando toda su familia había probado el sabor de su especial plato, cuando lo hizo público en el pueblo, diciendo simplemente –“Más vale pájaro en mano que ciento volando” frase que caló en la gente y se fue extendiendo como un axiomático reguero de pólvora. Así fue que al año siguiente Narciso creyó ver que la bandada parecía algo inferior en tamaño, y cuando bajó al pueblo encontró que varios vecinos llevaban un pájaro en la mano, listo para ser metido en la cazuela.
Poco a poco, en los años siguientes, vio como en la época de la migración los pájaros disminuían en número, y no resulta hoy habitual ver bandadas numerosas, y sobre todo, evitan sobrevolar las ciudades, que a pájaro por persona podría desaparecer la especie en un corto periodo.
A veces, la excesiva popularización de un refrán, por acertado que parezca, puede producir un efecto no deseado y convertirse en su propia destrucción.

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